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martes, 3 de abril de 2012

Lady de los Justos (parte 3)

11

Un viento frio cubrió las tierras silbando entre los árboles y los edificios con aullidos fantasmales. Copos de nieve cayendo por doquier volaban salvajemente golpeando todo lo que se pusiera por delante, dejando su manto blanco extendido por los campos.

Las carreteras principales se habían convertido durante la noche en largos espejos resbaladizos cual trampas mortales, esperando con ansia las indefensas ruedas de las motos.

Dani observó a Cruz con una media sonrisa en los labios. Podía ocultarle al mundo que se estaba enamorando de Seth Torresino pero no a ella que en poco tiempo había llegado a conocerla y quererla como a una hermana. ¡Qué tendrían los hermanos Torresino para haberlas tocado en la fibra más sensible!

Dani se alegraba por Cruz, al menos ella podía pasarse el día cerca de Seth, claro que difícilmente el hombre pudiera penetrar en el corazón de su amiga para mostrarle todo el amor que existía.

Cruz lo había pasado muy mal en manos de los Justos, habían destrozado sus ilusiones marchitando su ingenuidad de adolescente, enterrando en profundidad el deseo de una caricia o de una tierna palabra.

Seth estaba cambiando todo eso y prometía ser constante.

Dani veía sus miradas cargadas de pasión mal disimulada, sus fingidos enfados. Realmente no eran el perro y el gato que querían hacer creer a los demás. No eran insensibles a los sentimientos del otro como querían aparentar.

Cruz necesitaba al hombre aunque no estuviera dispuesta admitirlo, aunque su cuerpo luchara contra el deseo y su frio y vacío corazón se negara aceptarlo.

Quizás no lo sabía pero le amaba. Sus ojos le buscaban en todo momento, sus cuerpos se rozaban incapaces de apartarse el uno del otro.

Dani estaba segura que poco a poco Seth sabría ganársela consiguiendo despertar su cuerpo de mujer y haciendo que olvidara que un hombre cruel la tomara por la fuerza. Él podría conseguirlo si realmente la amaba.

Ver a Cruz en aquella situación era como verse a sí misma observando a Diego, expiándolo, soñando con sus besos y sus caricias.

Estaba decidida hablar con Alicia. Se habían criado juntas rodeadas de armas y violencia. Podía recordar cuando escapaban en las tardes de verano y tumbadas en la verde hierba bajo un frondoso árbol se contaban sus sueños de niñas, como miraban una y otra vez las revistas de moda admirando las hermosas ropas femeninas que ellas nunca habían poseído.

Vivian bien pero no felices, conocedoras de la dureza del mundo, de la muerte de sus seres queridos, del odio y a su vez del amor a la violencia que las habían inculcado desde que tuvieran uso de razón.

Dani luchó por hacerse ver, por hacerse oír. Había necesitado tanto una caricia de sus hermanos, unas palabras de cariño por parte de su padre, sin embargo lo único que tuvo fue Alicia con quien jugaba a las muñecas escondidas bajo la cama.

Risas ahogadas por sus pequeñas manos, confidencias tras las sabanas, juguetes infantiles escondidos en los armarios.

Habían sido niñas disimulando que aún quedaba restos de ellas, aparentando una fría y espeluznante madurez, una dureza que recubría sus cuerpos como una espesa costra.

¡Cuántas veces había querido llorar! ¡Cuántas veces se había tragado las lágrimas delante de su padre! ¡Cuántas veces había fingido indiferencia ante el inocente apartando la vista hacia otro lado! ¡Cuánto odio adherido a cada fibra de su ser! Ser hija del Justo no era fácil.

Dio las gracias a su decisión de huir alejándose de los Justos, a Cruz y su gente que las habían proporcionado un amor desconocido, un cariño regalado, unas sonrisas sinceras acompañadas de un profundo afecto acogiéndolas como si se trataran de una misma sangre, de una misma familia. Alicia, Cruz, Vaquero, Carmele y seguía un largo etcétera. Había aprendido amarles a todos, a conocerles y lo más importante, a respetarles. Sin ellos no podría seguir viviendo, no deseaba hacerlo.

No quería pensar en sus propios sentimientos por Diego. No hasta que no hablara con Alicia.

Cuando un pensamiento de futuro afloraba en su mente, ella solía hacerlo desaparecer. Sabía que a lo largo, si el amor de Diego no la perteneciera no podría quedarse allí, incapaz de ver la felicidad reflejada en los ojos de los amantes y aunque fuera su destrucción, la dicha de Alicia era lo más importante para ella.

Dani regresó a la realidad. Cruz y Seth discutían.

La hija de Carmele en encaraba con él por algo que Dani no alcanzaba a comprender. Les miró durante unos momentos, no tenía intención de mediar entre ellos. Abandonó el salón del “Muro”.

Era tarde y los perennes estaban jugando a las cartas. Carmele les observaba desde una silla cercana.

Se dirigió al dormitorio de Alicia, muy similar al suyo. La puerta estaba abierta, la cama deshecha.

Alicia salió del pequeño aseó y sonrió a Dani al tiempo que se sentaba sobre la cama con las piernas recogidas.

Dani subió al colchón sentándose junto a ella.

 -¿Qué estás leyendo? – preguntó tratando de leer el título del libro que su prima tenía en las manos.

 Alicia se lo entregó:

 -el secreto de consentir – leyó Dani. Se lo devolvió -¿Qué tal está?

 -Me gusta, es diferente. Agentes infiltrados, amor incondicional, buen sexo… ya sabes, todo eso que pasaba cuando las autoridades aún existían.

 -Tiene que estar bien. Bueno, te dejo que sigas leyendo, no te molesto más.

 -¿Ocurre algo Lady?

 -¡no! – mintió. Ocurría que echaba de menos a Diego y que no sabía cómo preguntarla que era lo que sentía ella por él hombre ¿o era miedo de escucharla decir que tal vez amaba a Torresino? – Me voy a dormir ¡me parece tan extraño que hoy no salgamos a la ciudad!

 -Como están las carreteras es del todo imposible ¿te apetece hablar un rato?

Dani negó. Impulsivamente se abrazó a Alicia temblando.

 -¿Qué ocurre? – echó la cabeza atrás para mirarla.

Dani era muy diestra en ocultar sus emociones. Fingió una sonrisa que no llegó a reflejarse en sus ojos. Ambas se abrazaron en silencio. Dani no hablaría esa noche y Alicia no iba a obligarla.

12

 -¡Me saca de quicio! – exclamó Seth agitando sus largos cabellos negros, sacudiendo briznas de paja y diminutas astillas.

Diego le miró con una ceja arqueada. Estaba recostado en su cama con los brazos bajo la cabeza.

 -¿Quién?

 -Cruz ¿Quién si no? – Respondió enfureciéndose de nuevo por algo que su mente repasaba una y otra vez -¡menuda imbécil! – explotó.

Diego se incorporó extrañado. Nunca había visto a su hermano tan alterado con alguien que no fuera ni los Justos ni los Corsos.

  -¿Qué ha pasado?

 -Que ya no sé cómo actuar con ella. Todo lo que hago o digo la parece mal – miró a Diego con sus ojos dorados relucientes de indignación – Creo que la gusta estar de bronca conmigo – tomó asiento junto a su hermano -¿Por qué es tan diferente de Dani?

Diego apretó los labios con fuerza. No quería hablar de ella con Seth. Por nada del mundo se metería entre ellos.

 -Dani es respetuosa con la gente, dulce. ¡Maneja la moto de miedo! – comentó con total admiración.

Diego suspiró y se apartó de Seth fingiendo indiferencia. No quería que su hermano le viera el rostro y pudiera leer los celos que le corroían hasta el alma. Respiró hondo.

 -Te gusta mucho ¿verdad? – se atrevió a preguntar en un susurro. Cerró los ojos esperando con el corazón encogido su respuesta. Seth estaba tras él aún sentado sobre la cama.

 -¡la adoro! ¡Dani es auténtica! – Diego apretó los dientes llegándole a doler la mandíbula – Ella es especial – continuó diciendo Seth sin percatarse de la postura rígida de su hermano. – pero eso tú ya lo sabes ¿verdad?

Diego se volvió a él. Estudió su rostro pensativo.

 -Me parece algo infantil – mintió como un cobarde – me gusta como amiga.

 -¿infantil? Dani podrá tener muchas cosas pero no la veo tan infantil – la defendió – si fuera como tú dices podría apostarte que Dani no saldría en las incursiones. Es muy valiente. Pocas personas actúan como ella. Pasa lo mismo con Cruz – se encogió de hombros - ¿te he dicho que no encontramos a los que incendiaron la granja de Castro –Irún?

Diego asintió. Era lo segundo que había preguntado después de saber que todos estaban bien y no habían tenido ningún incidente.

Seth volvió a narrarle su viaje en la moto de Dani, sus ojos brillaron emocionados.

Diego supo que su hermano estaba disfrutando como nunca y aunque por dentro su corazón sufriera lo indecible no podía dejar de alegrarse por él.

Unos golpes en la puerta los sacó de su conversación.

Diego se había echado sobre la cama de nuevo y escuchaba a Seth que no hacía más que moverse por el dormitorio.

 -Seth – llamó la voz femenina y dulce de una muchacha. Una de las primas más jóvenes de Torresino –Te busca Cruz.

Los golpes se repitieron nuevamente y Seth perdió el culo por abrirla.

 -¿Dónde está? – preguntó ansioso.

 -Abajo – la muchacha asintió con la cabeza – como tardes mucho los mayores la van a bombardear con preguntas.

 -¿ha pasado algo? – insistió Seth.

 -ah, no lo sé. – respondió ella.

Diego se incorporó, sentía frio. Tocó las tuberías de la calefacción que apenas estaban templadas.

Ese invierno iba a ser demasiado largo y aunque tenían reservas de maderas apiladas en los almacenes, posiblemente si no tuvieran cuidado podían acabar muy mal.

 -Voy enseguida, prepárala un café o algo caliente mientras bajo – Seth hizo girar a su prima empujándola con suavidad hacía el piso inferior – Espero que no haya pasado nada más. No me gusta mucho que los Corsos y los Justos comiencen adentrarse sin estar nosotros preparados del todo.

 -Pero eso es lo que dijo Carmele que querían. La lucha se debe efectuar en las tierras del sur.

 -Si pero aún necesitamos armas – Seth se acercó a Diego para hablarle de forma confidencial junto a la oreja – Estamos esperando un cargamento de contrabando. La recogida será dentro de nuestros límites pero aún no tenemos fecha.

 -¿estás seguro que es esto lo que quieres? – preguntó Diego preocupado.

 -Quiero una vida feliz, una mujer, hijos. Demostraré a Cruz que soy su protector.

 -¡¿Qué?! – Diego dio un respingo -¡pensé que querías proteger a Dani! – Su sorpresa era evidente – Hace un momento has dicho que adorabas a Dani, entonces…

 -¡Y es cierto! También te dije el otro día que ella no tiene ojitos para nadie excepto para ti. Cruz… me gusta, me enfada, me vuelve loco. A veces creo que no la soporto y sin embargo no puedo apartarme de ella. En verdad que es muy extraño esto de los sentimientos. – se encogió de hombros.

 -¿te has enamorado?

Seth observó a Diego con fijeza.

 -Lo único que sé es que deseo estar con ella en todo momento.

 -¿y Dani?

Seth se colocó una gruesa chaqueta de lana verde.

 -A Dani la admiro. Me parece increíble que sea tan valiente como para querer cambiar el mundo. Siento mucho respeto por ella y me parece un bombón de mujer, pero Cruz… -hizo una pausa estudiando a Diego – me gustaría saber qué es lo que Cruz esconde. Podías preguntar a Dani, sutilmente por supuesto.

 -Ah, no, no – se negó Diego -¿preguntarla cosas sobre Cruz? No, no – volvió a negar.

 -¿Por qué? Dani y tú os lleváis bien.

 -¡no! ¡Sí! Nos llevamos bien – suspiró y se dejó caer en una silla que crujió peligrosamente – Hasta que tú no me hablaste de ella ni siquiera me había fijado.

Seth sonrió:

 -A veces todos necesitamos un empujoncito – le tendió una mano y ambos se estrecharon con afecto – para eso estamos los hermanos.

 -No voy averiguar nada sobre Cruz – avisó Diego antes que su hermano abandonara el dormitorio. Mentía, por Seth era capaz de cualquier cosa, y más ahora que sentía como la sangre fluía libre por sus venas al tiempo que los remordimientos y las dudas le abandonaban definitivamente. Tenía el camino libre con Dani. Estaba eufórico.



13

Las dos motos se deslizaron por la carretera helada, en silencio, despacio.

Pasando totalmente desapercibidas entraron en la estación de servicio de la ciudad. La única que por las noches mantenía abierto.

Una señora de mediana edad, sentada tras el mostrador de frio aluminio, observó la entrada de los dos motoristas con el ceño fruncido.

 -Hoy no hay vigilancia – dijo la mujer levantándose de su asiento – Piensan que solo un loco cruzaría los limites en una noche como esta.

Uno de los motoristas se quitó el casco mostrando una sonrisa alegre y divertida.

 - Vamos que nos estas llamando locas por toda la cara – bromeó Alicia depositando el casco sobre el mostrador.

Dani se levantó la visera.

 -Solo danos combustible que no podemos ir muy cargadas.

 -Hay varios bidones en el almacén – la mujer salió del mostrador, Dani y Alicia la abrazaron con cariño – Últimamente se están escuchando muchas cosas por aquí, están todos muy intranquilos.

 -¿sospechan algo? – indagó Alicia observándose en el pequeño espejo que colgaba del techo. Su maquillaje seguía perfecto.

 -Sospechan, sí, pero nada que tenga que ver con vosotras. Aún creen que seguís fuera del país y tu padre – señaló a Lady – está buscando hombres para que vayan a buscarte a dios sabe dónde, creo que cada vez está un poco más nervioso.

 -Manuela – Dani no dio importancia a las noticias de su padre - ¿has vuelto a saber algo de Bernardo Corso?

 -Lo de siempre, está deseando coger a Lady de los Justos y humillarla hasta verla implorando arrastrándose por los suelos – se encogió de hombros – Ya sabes, la misma cantaleta de siempre. Pero esto cada vez va peor, he oído que el gobierno está estudiando en abandonar también esta ciudad – agitó la cabeza furiosa – esto no va acabar nada bien y Bernardo tiene poder sobre los Justos.

 -Eso es lo que mi padre les quiere hacer creer porque se necesitan mutuamente, pero no te equivoques de bando Manuela, los Justos siempre hemos sido más fuertes y más numerosos, bueno, ya no me cuento como uno de ellos.

 -¿Quién quemó la granja? – preguntó Alicia volviendo la atención a ellas.

Manuela se encogió de hombros.

 -Ambos estaban igual de furiosos cuando os llevasteis a la muchachilla. Fue una burla meteros en su propiedad. Desde luego lo de locas se os queda pequeño.

Alicia y Dani intercambiaron una mirada divertida.

 -Aún no has visto nada Manuela – rio Dani emocionada.

 -Vamos a cargarnos una de tus competencias.

Manuela abrió los ojos con sorpresa incapaz de pronunciar palabra.

 -Vamos a volar por los aires la gasolinera perteneciente a los Corsos. Necesitamos saber quiénes son los dueños, si viven allí y todas esas cosas. Ve ilustrando a Alicia mientras voy cargando el combustible.

Manuela no tardó en darle toda la información a la belleza morena.

Ambas jóvenes confiaban en Manuela plenamente. Se habían conocido hacía año y medio cuando las muchachas penetraron en su estación para robar combustible. Manuela había reconocido a Lady de los Justos, a la hija del hombre que dio muerte a su esposo cuando se negó a pagarles a cambio de protección. Conocer el hecho de que Lady se había convertido en una de las cabecillas de la revuelta del sur la devolvió el coraje y en cierto modo la tranquilidad de su conciencia.

Su marido no habría visto bien que se sometiera a las órdenes de los Justos y los Corsos pero ellos eran ahora la autoridad. Cuando Manuela vio la posibilidad de vengarse de ellos a cambio de colaborar con Lady y la gente del sur, no lo dudó. La mujer se había convertido en el principal contacto de Lady encariñándose con ella y con sus ideales de libertad, fingiendo asaltos, escondiendo mercancías, proporcionando información de vital importancia…

Manuela siempre estaba enterada de todo, tenía muy buenos contactos desperdigados por la ciudad.

Estaban ya por despedirse cuando la mujer tomó el brazo de Dani deteniéndola:

 -El último día del año, a las doce de la noche cuando todos los relojes anuncien el cambio de año, atacaran al poblado de los Damales. Incendiaran la iglesia.

 -¿Por qué ese campamento? – Dani se extrañó con un mal presentimiento. Los Damales estaban más alejados de la frontera - ¿Por qué traspasar tanto los limites?

 -Los Damales tienen por costumbre reunirse en la iglesia entre las once de la noche y las dos de la mañana.

 -Sería una masacre – susurró Dani espantada.

 -Esperaba veros antes de que ocurriera aunque mi hijo Juan prepara un cargamento para llevároslo la semana que entra.

 -¿van las armas?

 -Sí.

 -Tú hijo es un  cielo – agradeció Dani.

 -¡un cielo o me lo estáis volviendo tan majara como vosotras! – replicó algo enojada.

Alicia y Dani se echaron a reír a pesar de que las noticias eran sumamente desagradables.

 -dile que se cuide – dijo Dani antes de abandonar el establecimiento.





Hubo varias explosiones acompañadas de ruidos ensordecedores antes de que estallara el edificio principal e hiciera volar todo tipo de fragmentos por el aire. Una gran llamarada cubrió la zona con una larga lengua de fuego. Hierros y neumáticos salieron lanzados como proyectiles contra un grupo de vehículos aparcados. Una nube densa comenzó a ascender sobre los tejados de uno de los barrios de los Corsos.

Ninguna de las motoristas miró hacia atrás. Estaban más preocupadas por no encontrar ningún obstáculo en la dichosa carretera cubierta de nieve y hielo.

El temporal parecía haber empeorado y una fuerte ventisca rugía entre los árboles.

Había sido una locura esta pequeña escapada, Dani supo que Alicia había tenido toda la razón al intentar desanimarla en su empeño. ¡Todo había salido bien! ¡Estaba saliendo bien! Habían aminorado la velocidad, incapaces de observar el rumbo de la carretera. Copos de nieve golpeaban con fuerza contra las viseras y sus trajes de cuero negro.

Si los Corsos sacaban sus vehículos a tiempo lograrían darles alcance. Dani era consciente del peligro que corrían. La opción más obvia seria salir huyendo por el bosque, sin motos. Con el frio y la tormenta, si no las cogían morirían congeladas.

Dani se limpió la visera con la mano enguantada. Tenía los nervios a flor de piel. Se detuvo e hizo que Alicia la imitara.

 -Iremos por Castro – Irún – gritó. Alicia la entendió a la primera.

Ambas salieron de la carretera para bordearla. Las ruedas quedaron profundamente señalizadas en la nieve.

Pasar por las tierras de Castro – Irún era lo más sensato dado su reciente y reiterada enemistad con los Justos. Las guardias estaban redobladas y el poblado totalmente preparado para un posible ataque.

Por la mente de Dani cruzó los rostros de sus aliados. Estaba haciendo lo que ellos querían, estaba acercando el momento de la batalla final, claro que a ver que iban a pensar cuando aquella noche los sacara de sus camas para enviarlos a pasar frio y hacer más guardias todavía por la próxima amenaza de los Corsos.

Si todo salía bien, Dani solo quería volver a ver a Diego y… dormir. Estaba tan cansada últimamente con tanta salida nocturna que las fuerzas flaqueaban y la velocidad de sus músculos se ralentizaba por minutos.

Al cabo de un par de horas la tormenta se suavizó. Las motos entraron en el campamento sorprendiendo a los hombres de Castro que no tardaron en reconocerlas como las chicas de Carmele.

14

Aquella mañana las noticias volaron como la pólvora y el bullicio en el “muro” era notable, tanto, que Dani despertó con el ruido y los gritos alegres de los que ocupaban lugar en el local.

Terminaba de despertarse cuando la puerta se abrió con un golpe seco.

Dani, medio incorporada, observó a Cruz extrañada.

 -¿Qué ocurre?

 -¡Como si no lo supieras! – cerró la puerta con el pie y caminó hacía Dani con paso firme -¡fuisteis solas! ¿Qué pasa Dani?

 -Nada – respondió fingiendo no entenderla.

 -¡no ibas a salir! Nunca eres tan impulsiva ¿Qué te movió hacer esa locura?

“Locura” ¿es que todos la iban a tachar de loca? ¿Por qué? ¿Por cumplir su promesa? Golpe por golpe. La diferencia es que ella no infligía daño físico a nadie siempre que no fuera un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, eso era harina de otro costal.

 -¿Por qué crees que fui yo quien ideó ese plan?

 -Me lo ha dicho Alicia ¿Qué ocurre Dani? No creo que esa sea la manera correcta de llamar la atención del Torresino. ¿Por qué no le dices claramente todo lo que te gusta y…?

 -¿y qué hago con mi prima Cruz? Diego y ella… ya sabes…

 -¿están juntos? – preguntó curiosa.

 -Pues creo que sí.

 -¿lo crees  o lo sabes?

Dani bizqueó pensativa durante unos segundos.

 -No sé cómo hemos llegado a esta conversación. No era de Diego de quien me hablabas y además, no llamo su atención de ninguna manera. No quiero ni pensar en lo que dirá cuando se entere que soy un Justo. Él y muchos.

 -¡pues que van a decir Lady! Te admiran, no importa ni el nombre ni el apellido que lleves. Eres tú y… - hizo una pausa para mirarla con una sonrisa torcida – me hubiera encantado estar allí y ver la cara de los Corsos.

 -Y a mí también pero te confieso que por primera vez pasé miedo. No estaba muy segura de que pudiéramos regresar con el temporal. ¡Les dimos un susto de muerte a los Castro – Irún! – rio.

 -Allá andan jactándose de saber del incendio de la ciudad antes que nadie. Menudo revuelto habéis montado, desde luego ahora sí que pesa una grave amenaza contra los poblados.

 -Y antes también – Dani la relató los planes de los Justos en la iglesia de los Damales.

 -¡que hijos de puta! Los Justos son capaces de todo y no debería extrañarme, pero quemarlos vivos…

Dani buscó los ojos de Cruz que se había quedado pensativa con la vista clavada en un punto fijo de la pared. Dani tragó con dificultad. Cruz no terminaba de superar lo ocurrido en su vida hasta que no acabara con aquel Justo que la había arrebatado su virginidad y su alma de mujer. Dani no pensaba impedírselo. Imaginaba que el culpable sería uno de sus hermanos mayores o algún primo… cuando llegara el momento, cerraría los ojos y dejaría a Cruz efectuar su venganza. No porque no quisiera tomar partido o le diera miedo o pena por tener su misma sangre, sino porque era algo que había prometido a Cruz a cambio de quedarse en el “muro”. Solo rezaba para que Javiche no hubiera tenido nada que ver.

 -He pensado en prepararles una emboscada cuando se acerce la fecha. Deberán internarse bastante en nuestras tierras y tendremos mucho tiempo para jugar con ellos.

  -¿jugar? – Cruz negó con la cabeza -¡que mueran!

Dani se mordió el labio inferior con una sonrisa burlona.

 -Bien, les haremos creer que en la iglesia estarán todos reunidos, viendo lo que hagan ellos así actuaremos nosotros.

 -Cada vez se pone más peligros e interesante.

 -Y esto va a peor – Dani sacó la ropa del armario y comenzó a colocársela en un brazo – me ducho y bajo a celebrarlo, por cierto hemos traído algo de combustible, lo dejamos en el cobertizo, abastece primero las motos porque no hay mucho – Dani se metió en el baño y cerró la puerta.

Las cosas iban a peor sin remedio. Era como lanzarse a un pozo y coger velocidad al tiempo que el final se apresuraba.

¿Por qué había sido tan imprudente? ¿Por qué había puesto en peligro no solo su vida si no también la de su prima?

Bajo el chorro de agua golpeando su cabeza se prometió ser más cuidadosa. Era bueno planear todo con anticipación evaluando los pros y los contras.

Sintió el agua templada presionando su cabello, deslizándose de forma agradable por su cuerpo llenándola de una sensación tibia y cálida. Los músculos se relajaron y terminó por dejar la cabeza hacia atrás empapando sus hombros y su rostro.



Más tarde, cuando descendió la escalera, sus ojos claros repararon en los hermanos Torresino que charlaban con Vaquero tomando un café caliente. No pudo apartar los ojos de Diego, de su rostro moreno, de su cabello oscuro, de su fuerte cuerpo. ¡Cuánto deseaba echarse sobre  él! Besarle los labios y alegrarse de seguir con vida un día más.

Dio un ligero respingo cuando la mirada dorada del hombre se posó en la de ella.

Dani, ruborizada apartó la vista y continuó bajando.

Carmele la detuvo en su camino frunciendo el ceño con disgusto.

 -¿has visto a Cruz? – la preguntó doblando un sucio trapo entre sus manos.

 -Sí, hable con ella hace un rato.

 -ah, bueno – la mujer se atrevió a sonreír – ¿Estaba muy enfada?

 -Solo un poco – rio Dani.



Carmele la apretó con fuerza dándola un rápido abrazo.

 -Me alegro de que estés de vuelta – dijo con sinceridad.

 -Yo también – sonrió Dani – yo también.

15

Diego la observó con atención. La joven aún tenía el cabello cobrizo húmedo sobre la espalda aunque el flequillo comenzaba a revolverse como de costumbre. La vio hablar con Carmele y el rápido abrazo entre ellas ¿podría ser verdad lo que sospechaba su hermano Seth?  ¿Dani había tenido algo que ver con el asalto a la gasolinera?

Se hacía tantas preguntas en torno a ella que le confundían ¿Por qué Dani no le habló de su familia? ¿Por qué no decir a que poblado pertenecía exactamente?

Si, Dani buscaba la libertad como todos, pero ¿Qué la retenía en el sur del país? Y es que una pregunta llevaba a otra y ni siquiera estaba seguro de querer conocer todas las respuestas.

 -Buenos días chiquita – saludó Vaquero - ¿has desayunado algo?

 -Buenos días – contestó ella – Ahora me traerá Carmele algo – miró a Diego con una sonrisa – Eres muy madrugador y eso que hoy no hay reparto.

 -Lo sé – hizo una mueca burlona, la dejó un hueco junto a él y al moverse observó al grupo de tres hombres que se dirigían a una mesa. Era consciente de no conocer a muchos de los presentes pero algo en ellos llamó su atención. Quizá la manera en que miraban a Alicia que conversaba con una de las chicas. – Vaquero – le llamó en voz baja - ¿Quiénes son esos?

Seth y Dani con disimulo también miraron.

Escucharon la exclamación de Dani antes de colocarse de espaldas a ellos.

 -¿Quién? –Vaquero la miró preocupado.

 -Corsos – Dani se escabulló a la salida entre la gente.

 -Ve a buscar a Cruz – le dijo Vaquero a Seth.

 -¿Qué hacemos? Puede haber más.

Vaquero asintió nervioso.

 -Deben estar demasiado furiosos para que hayan llegado hasta aquí – masculló entre dientes.

Diego, fingiendo una tranquilidad que no sentía apoyó la espalda en el mostrador de local intentando adivinar qué era lo que tramaban esos hombres.

Una buena venganza seria destruir el “muro” No iba a seguir con esa incertidumbre mucho tiempo. Antes de dar un paso hacía los Corsos, Vaquero le detuvo por el brazo.

 -No vas armado – le avisó – Toma.

Diego tomó la automática que le entregaba. La culata estaba fría en su mano. La guardó en el bolsillo de la cazadora y dejó su mano descansando sobre el acero. No estaba seguro de lo que hacer, cruzaban mil pensamientos por su cabeza.

No podía quedarse de brazos cruzados sabiendo que los Corsos habían atravesado los límites hasta el “muro”

Sin vacilar y con paso firme caminó hasta ellos.

No hablaban, solo miraban, estudiaban rostros y constantemente detenían sus miradas sobre Alicia.

Uno de ellos se volvió en su asiento topándose directamente con los fríos ojos ambarinos que habían tomado un tono oscuro y vacío, intimidante y peligroso.

Diego no dejó que el hombre se incorporara y le señaló el bolsillo donde guardaba el arma. Inclinó su cabeza hasta quedar muy cerca de la del Corso. Los otros hombres se giraron a él expectantes.

 -Los Corsos no son bienvenidos por aquí – les dijo con voz amenazante – Vamos fuera.

 -¿y si no lo hacemos? – preguntó el que estaba más alejado. Hablaba burlonamente pero las diminutas perlas de sudor en su frente le delataron.

 -Lo haréis – siseó Diego tajante retirando el seguro de su arma dentro del bolsillo.

En el local nadie sospechaba de nada, seguían hablando de varios temas a la vez. Algunos hacían mucho que no se veían y lo celebraban entre risas y abrazos, otros ya se atrevían hacer planes de futuro. Seguramente en el local hubiera hombres de los siete poblados felices por compartir un poco de placer en las noticias, de saludarse como antaño, de salir a divertirse.

 -Vayamos fuera – dijo uno de ellos. Era apenas un jovencito recién salido del cascaron – veamos lo que quiere – les dijo a sus colegas.

 -Si – intercaló Diego con una sonrisa que pretendió ser presuntuosa – No dejo de preguntarme que diría toda esta gente si supierais quienes sois. ¿Hacemos la prueba?

Dos de aquellos hombres se miraron entre si durante unas décimas de segundo, se incorporaron del sitio recién adquirido y precedieron el paso a Torresino.

Seth y Cruz ya estaban esperando fuera apuntándolos con sendas escopetas.

 -Al cobertizo – les indicó la muchacha – Más vale que no intentéis nada porque estoy deseando poder apretar el gatillo.

El sujeto más joven de todos negó rápidamente con la cabeza y se giró para buscar a Diego.

 -No teníamos planeado hacer nada – explicó.

El mayor de Torresino se encogió de hombros despectivamente.

 -Pues tú dirás a que habéis venido.

 -Vamos dentro – insistió Cruz sin dejar de apuntar a los Corsos. Vestía de cuero negro como era habitual. La calma que solía poseer se había esfumado y una rabia intensa se reflejaba en sus emociones.

En el interior se hallaba débilmente iluminado. Había cajas apiladas contra la pared.

Una ráfaga de viento balanceó la bombilla que colgaba por un cable suspendido en el centro del inmueble. Las demás luces no las habían encendido y las sombras danzaron suavemente sobre el piso.

Los tres hombres arrojaron sus armas a los pies de Diego quien finalmente sacó la automática para apuntarlos.

 -¿y bien? – preguntó con voz ronca. Su mano no temblaba sobre la culata. Su apariencia era totalmente peligrosa, sus ojos lacerantes y fríos como el hielo - ¿Qué hacéis aquí?

Silencio. Resonó desde el fondo del cobertizo los percusores de varias armas.

Al principio Diego pensó en haber caído en alguna trampa, pero Cruz y Seth no se habían sobresaltado al escuchar el ruido entre las sombras.

 -¿Quién va a contestar? – instó Diego sin cambiar un ápice la expresión de su rostro.

 -Yo, yo – dijo uno de ellos levantando sus manos en alto – ¡la hemos cagado! – se mostró muy nervioso casi atemorizado. Los otros dos no se hallaban en distinta situación, temblaban y el miedo asomaba a sus ojos.

 -Era un prueba – se adelantó otro – ¡Es que no os lo vais a creer! – se golpeó la cabeza con una mano – Anoche bebimos algo más de la cuenta y decidimos cruzar los limites. Solo queríamos chulearnos ante los Justos… no pensábamos hacer nada, pretendíamos ver que podíamos escuchar – el que hablaba se mordió las uñas nervioso. –Averiguar quien de vosotros atacó anoche…

Diego frunció los labios en una mueca divertida y arqueó las cejas.

 -Yo diría que estabais expiando.

 -Sí, se puede decir así pero… - levantó la mano con la palma abierta – Algunos de los Justos saben que estamos aquí, salimos con ellos y apostamos a que llegaríamos hasta el “muro” y como prueba debemos aportar alguna información sobre algo, no importa sobre qué.

Diego, casi olvidándose del arma pero siempre pendiente de aquellos tipos se cruzó los brazos sobre el pecho.

 -¿y ya sabéis lo que vais a contarle a los Justos?

 -Acabamos de llegar – respondió otro.

Cruz aflojó la escopeta que sostenía bajo la axila pero enseguida la agarró con fuerza cuando la puerta del cobertizo se volvió abrir.

Alicia entró con la vista clavada en los Corsos. Su mala leche flotaba como un aura trasparente en torno a ella.

Diego la observó intrigado. Ella pareció reconocer a alguno porque les saludó fríamente con un seco movimiento de cabeza.

 -¡Sois uno niñatos! – dijo la joven entre dientes fulminándoles con la mirada.

Los sujetos dieron un paso atrás. No se atrevían a moverse más recordando los percutores que escucharon al poco de entrar.

 -¡no diremos nada Alicia! ¡Esto no va contigo! – dijo uno.

 -Por favor – gimió el más jovencito de todos – No nos hagáis nada.

Alicia no supo si echarse a llorar o a reír del estado tan patético en que se hallaban esos tres, se giró a Diego que la notó preocupada, indecisa.

 -No podemos dejar que se marchen – le susurró Alicia.

Diego Torresino aspiró con fuerza. Deseó que Cruz o Seth tomaran las riendas del asunto. Los Corsos estaban en el “muro”, eran prioridad de ellos ¿y si hacía o decía algo indebido que les llevara a todos al peligro?

Era responsable de su gente, de los Torresino, no de todas las personas que estaban ahí. ¿Qué debía hacer? No podía pensar en matarlos y tampoco sabía cuál importante era la información que los chicos habían podido recabar.

 -De momento no os podemos dejar que os vayáis – explicó Diego aceptando que todos habían cometido locuras siendo jóvenes, sobre todo cuando estaban relacionadas con apuestas, él personalmente lo llamaba novatada. Claro que aquello no era lo mismo. Los Corsos eran luchadores y sabían perfectamente donde se estaban metiendo cuando acudieron al local de Carmele. Era una gilipollez haberse adentrado hasta la misma boca del lobo.

 -¿los vamos a retener? – Alicia se enderezó – van a tardar mucho en poderse ir, quizá todo el invierno.

 -¿Qué sugieres tú? – le preguntó Diego con una semi sonrisa, pensaba que Alicia lo único que pretendía era meter miedo a los niñatos como había dicho ella.

 -Yo los mataba ahora mismo – se sinceró. Diego descubrió en su mirada que no bromeaba.

 -Por favor, haremos lo que digáis – rogaron los Corsos con diferentes palabras todos a la vez. Nadie les prestaba atención.

Seth miró a Cruz con indecisión y está asintió:

 -Lo que ellos saben es algo que hemos mantenido en secreto durante un tiempo, un par de años – Cruz respiró con angustia y la escopeta tembló ligeramente – Si ellos hablaran no solo tendríamos una batalla con ellos, también generaría enfrentamientos internos entre nuestra propia gente.

 -No te sigo – dijo Seth con rostro preocupado.

Dani y dos muchachas más salieron de entre las sombras. Estas últimas, cargadas con escopetas, se detuvieron junto a Cruz y Seth pero Dani continuó hasta acercarse a los Corsos.

Uno levantó la vista hacia ella con temor. La observó desenvainar una larga Catana, brillante y afilada.

Diego también la miró con sorpresa y un extraño escalofrío recorrió su columna vertebral.

Dani parecía hallarse en trance, concentrada. Los ojos grises refulgían furiosos. Su boca, un rictus frio e inexpresivo. Vestía de cuero oscuro y brillante con unas pesadas botas también negras. Tenía un cinturón plateado alrededor de las caderas que dejaba ver la pistola sobre su muslo derecho. Su cuerpo delgado y esbelto y su rostro de niña no intimidaban tanto como su pose peligrosa y su silencio.

El Corso más joven exclamó al toparse con los ojos de un Justo. La mente le traicionó cuando soltó un suspiro de alivio. No estaban en peligro si no con aliados, porque Lady era aliada ¿no?  Solo sabía de la muchacha que había huido porque no quería casarse con Bernardo, pero la verdad es que todos pensaban que estaba fuera del país.  Fuera del país no era lo mismo que en el Sur junto a la escoria. ¿Estaría infiltrada?

Dani balanceó la larga hoja con suavidad y dibujó ante los ojos de un Corso medio aro.

Diego la vio cerrar los ojos con fuerza luchando contra ella misma, dudando.

 -Serán encerrados – Se colocó junto a Dani y apoyó su mano sobre el brazo de ella que sostenía el arma. Por un segundo sus ojos se clavaron en el brillante acero, hipnotizado al ver su propio reflejo y el de Dani, apenas separados por milímetros. Una imagen clara y bien definida. Dani le observaba en silencio – Les pondremos en la estación de Servicio.

 -No te preocupes más por este tema Diego. Tú ya tienes suficiente con tu familia – Dani volvió a observar a los Corsos – Los tres iréis al poblado de los Damales. Seréis…

 -¡No! – gritaron los retenidos como si se hubieran vuelto locos de repente. Todas las armas volvieron apuntar sobre ellos.

 -Seréis encerrados en la iglesia – continuó diciendo Dani – eso es lo correcto ¿no?

Diego enarcó las cejas cuando la muchacha le miró.

 -¿los Damales estarán de acuerdo? – preguntó Seth extrañado.

 -Lo estarán – asintió Alicia – Estos planean incendiar la iglesia la noche de fin de año. Si no lo consiguen atacaran su poblado como poco.

 -¿Cómo lo sabéis? – lloró un Corso llevándose las manos a la cabeza con desesperación.

 -¡Eres una traidora! – gritó otro con histeria en dirección a Dani.

La espada de Dani, con una velocidad impactante se apoyó contra el cuello del que la increpó, presionando ligeramente. Un hilo de sangre oscura descendió sobre la cazadora del intruso.

Nada la impedía golpear un poco el arma y abrir el gráznate de la carne blanda. Deslizó la hoja hacía un lado rozándole la oreja, la piel volvió a sangrar.

 -¿es cierto? – Diego se enfureció de nuevo y buscó la respuesta en los ojos de Alicia.

 -Nos enteramos anoche.

El mayor de Torresino con paso firme tomó al Corso de las solapas de su cazadora alejándole de Dani y le elevó obligándole a ponerse de puntillas:

 -Vamos a tener una charla – Rugió Diego – si no me gustan vuestras respuestas yo mismo os quemaré vivos.

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