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viernes, 23 de marzo de 2012

Lady de los Justos. Parte 1

Voy a subir una de las últimas novelas que hice. Creo que es una de las más flojas que he hecho, aunque también una de las más... Ya lo vereis.


1

La luz de la luna bañó los campos y las praderas.  Todos los contornos y perfiles de la naturaleza, desde una minúscula  piedra hasta los árboles del monte brillaron en plata confiriendo al paisaje una belleza mágica, sub real.

Un viento helado, nacido de las oscuras entrañas del mar hizo oscilar el fuego prendido de las hogueras en el interior del campamento.

- ¡Lo he notado! - exclamó Viviana borrando sus palabras entre suspiros.

Una llama azulada se alzó ante sus ojos comenzando a contonearse con lentitud dibujando intrincadas formas.

 La silueta de una mujer, apareció bien definida, bailando sensualmente, agitando las caderas de un modo excitante, girando sobre sí misma, como una serpiente sinuosa que se enrosca en la rama de un árbol.     En menos de un minuto la llama descendió absorbiendo la última chispa azul que luchó por seguir ascendiendo sin ningún éxito.

La hoguera se extinguió.

Viviana observó a Diego con una sonrisa satisfecha en su boca deforme. Esa mueca hizo  que el labio superior  quedara descentrado respecto al de abajo.

El hombre se encogió de hombros.

 - Sé desde hace tiempo que eres bruja y no me sorprendes – señaló con el fuerte mentón las grises cenizas que amenazaban con desplegarse en espera de una brisa ansiada.  Las cenizas se asemejaban a un pequeño montón de partículas plateadas, a un gris indefinido. - ¿Qué has visto?

-  Si no me vas a creer, para que decírtelo.

Viviana la hechicera siguió sonriendo. Buscó con la mano las zapatillas que comenzaban a enterrarse en la arena fina.

Diego observó en silencio como recogía sus cosas casi con prisa. La detuvo antes de que se incorporara.

-Dímelo. Sé que ahora iras a contarle lo que has visto a algún mayor.

-¡Pues sí! - Viviana se arrodilló sobre una manta bastante usada.

Alrededor se veían varios puntos iluminados con personas charlando en voz baja. Más personas dormían acurrucadas en mantas, resguardándose del frio de la noche.

 –Iré a decirles que te preparen, que te hagan creer un poco en mi brujería. La revuelta se avecina. Muy pronto todos seremos libres.

Diego la miró impávido, sin embargo no tardó en llegar una chispa de humor a sus ojos dorados.

-Te diré una cosa hechicera - sonrió divertido, -Tienes razón; no creo en tus profecías.

-¿No tendrás miedo, verdad? - Viviana apretó la manta con fuerza.-El heredero de los Torresino llevará a su pueblo a la revuelta de la mano de  su enemigo. Él tendrá el poder.

-Lo siento.- se encogió de hombros- lo he oído antes. No lo creo. Si eso es lo que vas a decir a los mayores puedes marcharte ya si lo deseas.

-¿Por qué no puedes pensar que la profecía habla de ti, Diego Torresino Cifuente?  Tú eres el corazón de nuestro pueblo. Todos confiamos en ti. Eres nuestro salvador, tú y…. nuestro enemigo.

Diego alzó los ojos con cansancio y observó admirado la luna. Nunca antes había visto su esfera de plata tan cerca, con la sensación de poder rozarla con las puntas de los dedos.

-¿Crees acaso que no me gustaría ser yo? Mira, hechicera, ¿ves a todas estas personas haciendo guardia? Mira bien, estamos obligados a hacer esta vigilia continuamente, nosotros y seis pueblos más. Personas que están en nuestra misma situación. -  Agitó la cabeza. Su rostro se había convertido en una máscara fría, vacía. - ¿Me preguntas si tengo miedo? - Asintió imperceptiblemente.- Al llevarlos a todos a una batalla donde moriremos la mayoría.

-¡Óyeme bien, muchacho! Tarde o temprano iremos a esa guerra.

-Sí. Iremos, hechicera, serviremos de apoyo, haremos todo lo que podamos. Pero no seré yo quien inicie todo esto.

-no estarás solo, según la…

-¡Ya! No sigas con eso. Yo creo lo que veo. Márchate al pueblo. Usa tu brujería para encontrar a todos los traidores que nos rodean.

La hechicera no volvió a hablar. Diego se quedó allí, sentado, en silencio, con los ojos clavados en los árboles de un bosque cercano.

No sería él el cabecilla de nada. Suficiente con intentar mantener a su gente con vida. Aquella gente que eran familiares, tíos, primos, sobrinos…

Eran su sangre. Gente corriente que en estos últimos años se habían sentido perseguidos, acosados, encerrados.

En esos últimos meses la comida había comenzado a escasear. Las vejaciones y los maltratos eran continuos si se sobrepasaban los límites.

Moría de la rabia. Alguna vez había podido responder con sus armas y sus puños; pocas, para su gusto, pero no podía excederse.  Su gente dependía de los hombres jóvenes y fuertes del pueblo, y él, sin duda, tenía su propia gente de Torresino, un pequeño ejército de treinta hombres.

No estaba mal. Eran unos buenos protectores, hombres capaces de defender sus vidas y las de su familia con uñas y dientes. Pero ellos no estaban hechos para la guerra; no estaban preparados para atacar.

Diego suspiró volviendo al presente y miró las ascuas apagadas y los troncos apilados.



2

Diego ascendió la escalera subiendo los peldaños de dos en dos, quitándose el grueso jersey de lana oscuro lo arrojó sobre la cama de su dormitorio y se metió en el aseo. Faltaban dos horas para ir a recoger los alimentos que alguno de los poblados se habría atrevido a introducir.

No sabían desde cuando llevaban así. Al principio los camiones que abastecían los supermercados iban acompañados por autoridades del país y pasaban sin problemas; luego, la supuesta fuerza de autoridad, se había lavado las manos haciendo la vista gorda a robos efectuados por las bandas territoriales de los Corsos y los Justos.

Los camiones ahora solo llegaban una vez a la semana.

Había varios poblados que cruzaban los límites y salían en busca de víveres a las ciudades más cercanas. Ir y volver era una preocupación total. Los Corsos y los Justos parecían conocer todos los movimientos dentro y fuera del pueblo, por eso iban con precaución a la hora de hablar con extraños.

De momento el actuar así parecía haberles dado más confianza.

-En el centro hablan de otra desaparición- Seth se colocó una cazadora de tela vaquera forrada con lana de borrego. Cruzó la habitación, ante la mirada cansada de Diego y recogió las llaves de una pequeña mesilla de madera. –Voy a ver si me entero de algo.

 –Espera- avisó Diego agitando los oscuros cabellos que desprendieron multitud de diminutas gotas que volaron por el dormitorio. –Voy contigo.

-Échate a dormir, acabas de llegar de una guardia, ¿no?

 Diego asintió buscando ropa limpia en el armario.

 –Quiero ir.  La hechicera estuvo anoche por allí y vio no sé  qué  cosa… De seguro que habla con los mayores y no me apetece que me pongan la cabeza como un bombo.

-Lo que tienes que hacer es decirle un par de cositas lindas a la pelirroja que trabaja con Carmele y perderte unos días con ella.

Diego sonrió. Terminó de vestirse y palmeó el hombro de su hermano:

 - Eso es lo que voy a hacer algún día. Por el momento me vuelve loco Alicia, la amiga de Carmele.

Seth la evocó fugazmente. Alicia era una mujer de carácter fuerte y una belleza morena que más de una y de dos envidiaba.

-No está mal.

-¿Qué no está mal? - Preguntó Diego entre risas - ¡está buenísima!

-Yo diría que la pelirroja está más buena.

Diego se detuvo a observarle  pero Seth continuó descendiendo la escalera y Diego se encontró con los ojos clavados en su espalda.

-Si te gusta, ¿por qué no haces…..?

-Lo he intentado. - Seth se giró observándole con una sonrisa y un guiño. –No me hace caso, ni a mí ni a nadie. ¿No te has fijado que solo tiene esos hermosos ojitos claros para ti?

Diego frunció el entrecejo con extrañeza. ¿Cómo es que nunca se había dado cuenta de eso?

-¡Es una tontería! Ni siquiera recuerdo como se llama. -  Ambos hombres salieron a la calle y Seth se acomodó en la furgoneta blanca, esperó a que su hermano se sentara junto a él.

-Se llama Dani.

-¡Es verdad! – recordó. - No he hablado mucho con ella, pero no la quiero Seth. Insiste tú.

-¡No!-rió-Ella no es para mí.

-Pareces muy seguro.

-Sí - afirmó Seth. - A veces las cosas no se pueden forzar.

-Sabiendo que te gusta nunca iré a por ella del modo que te imaginas. Ni de ese ni de ninguna manera. Creo que estoy algo enamorado.

-¡Diego!- Seth soltó una carcajada. - O estás enamorado o no, pero eso de algo… no es amor.

-Lo sé. - Diego asintió totalmente serio. - Mientras vivamos bajo el asedio de los Corsos y los Justos, no puedo permitirme enamorarme, ni soñar con tener un futuro con alguna mujer. No  hasta que todo esto acabe. No, mientras sigan desapareciendo personas sin saber de qué manera se las llevan.

Seth apretó con fuerza el volante. Diego tenía razón. Las cosas eran bastantes claras, mientras durara la opresión, no habría felicidad para nadie. Siempre era inevitable que esos pensamientos cruzaran sus cabezas.

Seth era dos años menor que Diego aunque pareciera que ambos tenían la misma edad, rondaban los veinticinco.  Ambos altos, de hombros anchos y cuerpos atléticos. Quizá Seth tenía un rostro más suave, no tan fiero como el de Diego que imponía con su sola presencia.

-¿Cómo te has enterado de que ha desaparecido alguien? –preguntó Diego con sus ojos dorados atentos al hermoso paisaje de verdes prados sembrados.  Los colores verdes de la hierba y las hojas de los árboles se mezclaban con los tonos dorados del trigo confiriendo una apariencia bella y repleta de tranquilidad, algo que duraría bastante poco ya que el invierno se echaba encima.

-Salieron anoche algunos de los chicos al centro.  -Seth observó a Diego de reojo. -  Por lo visto todos hablaban de eso - Un par de naves industriales aparecieron sobre un pequeño cerro  y justo detrás, un local de dos plantas en forma de |_|.

El negocio de Carmele.

“El Muro”

En otro tiempo, el local y las naves, así como otros negocios del pueblo habían sido bastantes lucrativos. Ahora ya, no quedaba dinero; hacía meses que todas las monedas habían desaparecido y subsistían a cambio de trabajos compartidos, turnos de guardia y planeando incursiones a las ciudades vecinas, que si bien no ignoraban lo que estaba sucediendo en el sur del país, se hacían los desentendidos, convirtiendo a la gente de los poblados en ladrones.

Frente al local de Carmele se hallaba una vieja estación de servicio, que por milagro o no, aún surtía a la localidad cuando podía…

Llegaron al aparcamiento del  “Muro”. Era temprano para la entrega y siempre había gente en el local.

 “El Muro” era un punto de encuentro  para las personas de los siete poblados que lo rodeaban.

Diego vio enseguida a Alicia. Ayudaba a descargar un remolque junto con varios de los hombres que parecían perennes en el “Muro”. Era imposible no mirarla, llevaba unos escotes de escándalo mostrando la mitad de los senos y los hombros. Normalmente su cabello negro como el tizón, lo llevaba suelto, largo, rozando su estrecha cintura. Esa mañana estaba sujeto por una pinza para facilitar el trabajo. Sus caderas, estaban un poco llenas pero quedaban de fabula bajo el pantalón de piel que se ajustaba a sus piernas como un guante.

Sus ojos negros, piel morena y aterciopelada, maquillada hasta las cejas, exuberante.

Diego agitó la cabeza y soltó un suspiro ronco. Miró a su hermano y con la cabeza señaló las puertas dobles del local.

-Vamos a ver qué averiguamos.

-Primero los negocios, ¿no? - Seth rió divertido.

Desde la ventana de la planta alta, unos ojos ansiosos, límpidos, observaron la entrada de los hermanos Torresino. Ambos eran hermosos, sin embargo Dani, no podía dejar de admirar al mayor, a Diego Torresino Cifuente. No tenía mucho contacto con él, pero los comentarios de Alicia picaban su curiosidad de mujer y ahora, estaba allí, espiándolo e irremediablemente enamorada del hombre que perseguía a su prima. ¡Qué asco de vida!



3                  - Dos años antes. Los Justos-

La crisis económica que estaba asolando al país, se hacía cada vez más insostenible. Los altos cargos habían optado por dejar al sur del país a merced de las bandas callejeras que siempre habían frecuentado los alrededores.

Los llamaban bandas callejeras, sabiendo a ciencia cierta que no eran más que un puñado de poblados. Tenían campos y gente, de ese modo daban por sentado que sobrevivirían.

Los Justos y los Corsos eran las únicas barriadas pertenecientes a la ciudad, encargados de la protección frente a la oleada de robos provocados por los poblados. Eso es lo que ellos querían demostrar, pero muy en el fondo pensaban en el futuro de las tierras. Tierras abandonadas por el mismo gobierno y que tan solo pertenecían a la escoria del sur.

De momento, los Justos y los Corsos  habían unido sus fuerzas para echar a la población. Ansiaban construir una gran capital independiente. ¡Qué deseos de grandeza!, cuando la escoria solo pretendía sobrevivir de la mejor manera posible.

Cuando empezaron a presionarlos con las amenazas y la falta de alimentos, consiguieron enfurecerlos. No lo suficiente para que se enfrentaran, pero si para defenderse y sitiarse. Las personas de los poblados recién ahora comenzaban a entrenarse en el arte de la guerra, pero eran tan pocos los instructores que nada podían hacer.

Los Justos contaban con el factor más primordial, evitar la unión de los poblados entre sí para evitar su ataque.

¿Cómo lo conseguían?; Ensañándose con un poblado cada vez; el que mayor problemas daba recibía todos los golpes y el resto se apartaba por el bien de su propia gente.

Aquello era una guerra abierta. Los pueblos no traspasaban los límites que los acercaban a la ciudad. Los Corsos y los Justos…lo hacían, envueltos entre las sombras; Incendiando edificios habitables sin importar el dolor de las víctimas, el daño producido  en las granjas y en los campos.

La alianza definitiva entre los Justos y los Corsos llegaría esa semana, cuando Lady de los Justos se desposara con Bernardo Corso de los Silva-Duran.  Una vez los dos clanes dispuestos, emprenderían una encarnizada lucha por las tierras.

Bernardo Corso estaba encantado con los planes; adoraba todo lo relacionado con la violencia. Sus amantes más fieles eran un par de dagas con mango de oro que siempre llevaba consigo. Respecto al matrimonio con Lady, tampoco le molestaba en absoluto, la joven había nacido para comandar al ejército que les llevaría a la victoria; había sido entrenada junto a sus hermanos, con los mismos derechos que los varones. Por si esto fuera poco, la muchacha prometía ser preciosa cuando  terminara de desarrollarse.

Bernardo Corso ya podía verse como rey o emperador, lo único que sabía es que llevaría esa nueva capital a una nueva conquista.

Lady de los Justos era diferente. La única hija entre tres varones, la pequeña de la familia; posiblemente la única que tuviera algo de corazón, alguien que entendía que todas esas ansias de poder no les iban a detener.  Ella no participaba en el juego, sí, entrenaba. Era la mejor, pero nunca había sido puesta a prueba; ¿hasta dónde debería llegar? ¿A dar la muerte a una persona? ¿Por qué?; No  entendía que mal hacían la escoria cuando asaltaban las tiendas de alimentación, ¡tan obvio que era para comer! Pero su duda más fuerte, ¿por qué los poblados no hacían nada? Ella, si fuera del sur, ayudaría a salir a su gente adelante, les demostraría como enseñarlos a… No, esa clase de pensamientos últimamente la roía el cerebro, exactamente desde que conoció su compromiso con el heredero de los Corsos.    Una cosa es que hubiera soportado los insultos de su padre por haber nacido mujer, haber sido criada entre brutos, locos por poder.

 Había estado allí, escuchando algunas de sus fechorías que celebraban con orgullo. Lo último fue el agua que toca el borde del vaso. Habían secuestrado dos mujeres de un  poblado encerrándolas en un cuarto. Lady, nacida para matar, había emprendido una guerra interna entre el bien o el mal, siempre ante todo imperaba la justicia. Cuando el agua rebosó fue su compromiso. ¡Con que derecho pactaba alguien una boda con ella! ¡No!; eso era lo último que toleraba y ya no importaba que fuera su padre, el hombre más cruel y aborrecible de todos, quien diera la orden.

Con esos pensamientos, Lady paseó de un lado a otro de su dormitorio; no podía dormir sabiendo que la quedaban menos días para casarse, además, si quería salir de allí tenía que ser lo más pronto posible.

No muy convencida recogió sus partencias en una bolsa. Aquel lugar era el único sitio que conocía, el único hogar que consideraba... ¿el qué, un hogar?

Pensó en sus hermanos, los echaría de menos, sus broncas, sus escándalos. Tragó con dificultad al pensar en Javier, por él sí que sentía lástima. Javier era el único hermano que la había prestado algo más de atención en su infancia. Javier era bueno y solo hacia lo que le ordenaban. Eso quería pensar Lady por no enfrentarse a la verdad, Javiche era un Justo y por mucho que tratara de ocultar su verdadera naturaleza ella lo sabía.

Javiche era especial, apenas les separaba un año de edad y él se sentía mayor. Protector de la mujer, del símbolo de la debilidad, no podía marcharse sin despedirse de él, ¿acaso sería capaz de detenerla?

-“por supuesto”- decía la vocecita de su cabeza. No la detendría porque huyera, lo haría porque no tendría dónde ir, donde su apellido podría jugarla una mala pasada. ¿Dónde ir? , ese era otro tema.

El plan se mostró fugaz en su mente; se escondería en el único sitio donde nunca irían a buscarla.

                                                           4

Lady se apoyó contra la pared fundiéndose con las sombras, rezó para que nadie atravesara el corredor a esas horas; si la descubrieran, su destino sería peor que la muerte, conocía de sobra la maldad de su padre, la avaricia y el orgullo que un día acabarían con él.

El pasillo estaba sumido en la penumbra, el silencio insoportable, tanto que el mismo silencio provocaba ruido. Ese tic-tac, el corazón de Lady que golpeaba salvajemente su pecho.

El miedo se reflejaba en su rostro, en su mirada de adolescente, su respiración agitada resonaba nerviosa en sus oídos.

 Llegó hasta la puerta y escuchó con atención, no tuvo sospechas al abrir; su valor se vino abajo al descubrir a una muchacha joven, de su misma edad aproximadamente, encadenada en un rincón de la habitación.

La muchacha enfrentó su mirada desafiante y Lady, por primera vez en mucho tiempo deseó llorar.  Esa joven había sido golpeada salvajemente, su rostro estaba sucio e hinchado.    

 - ¿y la otra mujer? - Lady no tardó en romper las cadenas con una larga Catana.  – No tenemos tiempo –. Pateó un balde con agua sucia, -Hay que salir de aquí.

-¿Quién eres?

-Lady de los Justos- la miró arqueando una ceja. -¿vienes?

-Sin dudarlo-. La muchacha se quejó en silencio durante unos segundos. – Se llevaron a la otra mujer.

Lady asintió preocupada; el cuarto estaba sucio y tenía un olor espantoso.  Un colchón viejo y roto cubría una buena parte del suelo.

-¿Te han…?- Lady no acabó la pregunta por el temor de oír la verdad. La joven volvió a enfrentarla con los ojos llenos de valentía. No contestó.

Lady salió del cuarto con el arma en la mano. Era consciente de que la muchacha retrasaba su huida, pero la necesitaba. 

 Lograron salir al patio.

-Estabas tardando- dijo la voz de una tercera mujer. Se hallaba sobre una moto de gran cilindrada, vestida de cuero negro de la cabeza a los pies.

-La chica está herida- explicó Lady acercándose a otro moto idéntica. No se sorprendió de ver a su prima. –Deberán creer que salimos de la ciudad hacia el norte; daremos un rodeo- Lady observó a la joven que se había arrodillado en el suelo. –Nos ayudas y te ayudamos.

-¿Cómo?

-Llévanos a tu poblado, con tu gente. Os serviremos de ayuda, lo prometemos.

-Lady habla por ti, yo…

 -¿Quieres quedarte aquí, prima? Quizá seas tú la que se case con Bernardo de los Corsos.

-Pero, ¿al sur? ¿Sabes que harán  con nosotras?

-No será peor de lo que harán los Corsos y mi familia si nos encuentran.

Hablaban en susurros mientras empujaban las motos hacia la arboleda.

-¿habláis en serio? ¿Queréis ir al sur, a los poblados?

-Sabemos luchar- insistió Lady. Estaba admirada con el temple de esa joven y la fortaleza de la que hacía gala.

-Lo segundo después de salir de aquí será cambiarle el nombre a Lady de los Justos- asintió la muchacha - Me llamo Cruz.

-¡Monta de una vez, Cruz! - Ordenó Lady entregándola un casco oscuro, -Y no te marees.

Entre los árboles pusieron en marcha sus vehículos. Cruz herida, febril, se aferró a la estrecha cintura de Lady de los Justos sintiendo su calor, sus nervios, los latidos de su corazón.

Lady cerró la visera de su casco y asintió decidida. Comenzaban una nueva vida. 

Apenas de refilón observó el que había sido su hogar durante todos esos años.  Evocó las risas con su hermano Javier, el dolor de haber perdido a su madre con siete años. Para bien o para mal era lo que ella había conocido, lo que de alguna manera había amado.

¡Ojala su padre se olvidara de ella! ¡Que no viera en su huida la humillación que le dejaba ante los Corsos! No iba a invocar ni a pedir deseos; ya no era ninguna niña que vive de la esperanza, era una mujer enfrentada a las injusticias de su padre y si tuviera que ser ella la que debía comenzar aquella lucha, no dudaba en hacerlo; su objetivo primordial seria entorpecer los planes de los Justos, devolver golpe por golpe.  

 –Javiche- murmuró tragándose las lágrimas. Enfocó los ojos sobre el negro asfalto.

Ambas motos corrieron juntas, en paralelo; vigilantes en busca de sombras. La noche era muy oscura, y triste, muy triste.



                                          5 – la actualidad-

Diego observó el taciturno rostro del hombre que se hallaba sentado ante una larga mesa de madera. Carmele parecía hablar con él consolando de alguna manera la pena de saber que su hija de dieciséis años había desaparecido.

Todos hablaban de secuestro, esta vez los malvados Justos se habían acercado al pueblo demasiado. Diego pensó en su familia. Había varias primas jóvenes y bastantes mujeres bonitas; deberían extremar la precaución.

 No acababa de entender muy bien porque las bandas habían actuado tan cerca ¿por dónde habrían traspasado los límites?

Era normal que todos estuvieran recelosos con las cabezas llenas de sospechas pero sin atreverse a exponerlas. ¿El traidor sería un poblado entero ó ciertos individuos?

-Los Justos y los Corsos buscan nuestra enemistad para no poder enfrentarlos juntos- Esas eran palabras que había oído decir mil veces a los mayores pero ¿y si realmente había traidores? No quería pensar cómo podría acabar todo esto, le parecía muchas veces increíble que aún continuaran con vida y defendiéndose bajo el asedio al que eran sometidos.

-Pobre hombre; debe de ser horrible para él pasar por todo esto- Diego se enderezó en su asiento cuando Alicia se sentó en un taburete cercano; se había soltado el pelo, estaba más bonita.

-Dicen que fue cerca de aquí.

-Eso dicen – respondió la muchacha con su voz ronca y sedosa. Miraba a Carmele y al hombre que hablaban entre susurros.  Diego la vio tan… rota, con un gesto apenado en su bello rostro moreno y los ojos brillantes abnegados en lágrimas que sintió compasión.

-¿Les conoces? – preguntó  sumamente intrigado.

 Alicia negó con la cabeza y dejó que su negra y oscura mirada vagara por el interior del local.

-Solo sé lo que harán con su hija- musitó con angustia -Será una suerte si la volvemos a ver.

Diego la miró fijamente, pensativo.

–Pareces muy segura.

Alicia asintió mordiéndose el labio inferior.

-No es la primera mujer que secuestran ni  seguramente será la última, nos están provocando.

Diego no contestó; estaba harto de escuchar al mundo quejarse y nadie hacer nada. Apretó los dientes con fuerza y sus ojos dorados volvieron al padre de la criatura. El hombre estaba pálido, destrozado. Era una lástima ver una persona madura, un hombre hecho y derecho, llorando por haberle arrebatado a su hija.

Pensar en los sentimientos de la muchacha era una pesadilla, pero ver el sufrimiento de aquel hombre le producía una rabia asesina. No era concebible. Esa joven había perdido no solo su futuro, si no que posiblemente su vida.  Sí, Alicia tenía razón. Una muchacha de dieciséis años era un tierno bocado para los desalmados que se hacían llamar los Justos. Justicia, ¿para quién?

Diego apretó un puño con fuerza junto a  su pierna.

- ¿Está el padre solo? -preguntó.

-Su gente van y vienen; están desesperados.

 Diego caminó hasta la mesa para apoyar las manos en el tablero. Tanto Carmele como el hombre alzaron la vista para observarle.

-¿Van a hacer algo?  - le preguntó con voz firme.

El hombre mayor abrió y cerró la boca un par de veces pensando la contestación.

-¿Qué puedo hacer? ¿Estáis dispuestos a colaborar? –preguntó el hombre a su vez.

Diego sintió la mano de su hermano Seth sobre su hombro; le miró, no les iba a meter en medio.

-No hace falta que contestes- continuó el hombre incorporándose de la silla. – Voy a intentar negociar con los Justos.

-¿Y qué les darás? – Preguntó Carmele con voz dura - ¿a tu otra hija?

El hombre se volvió a sentar, esta vez cubriéndose el rostro con las manos.  Nadie volvió a hablar durante un buen rato. Personas que acababan de enterarse de la noticia se acercaron palmeándole los hombros.

Diego volvió junto a Alicia seguido por Seth. La muchacha se limpió una solitaria lágrima.

-Le están dando el pésame-musitó ella con rabia contenida.

Era cierto. Aquello parecía la sala de espera de algún tanatorio.  Las pocas voces  que se oían se habían convertido en susurros. En la calle se había levantado  un viento fuerte y frio que empujaba los postigos de las ventanas que golpeaban contra los muros.

-Torresino- saludó una voz femenina. Diego observó a Dani y por primera vez reparó en aquellos ojos grandes, grises como el cielo de invierno, transparentes. ¿Grises?, era un color tan auténtico como la plata derretida, metal liquido. El iris estaba delineado en un tono más oscuro, perfecto.   

Ella le miraba con una tímida sonrisa aniñada.  De repente se le antojó muy tierna, las mejillas tersas, pálidas; los labios ligeramente abultados, ni muy gruesos ni muy finos dejaban entrever una perfecta dentadura de piezas blancas y pequeñas.

Diego observó a Seth de reojo. Temeroso de lo que el otro pudiera pensar, sin embargo Seth caminaba hacia la salida. En el aparcamiento habían comenzado a hacer el reparto de alimentos. Volvió a mirar a la joven que distraídamente trenzaba el oscuro y negro cabello de Alicia.

-Hay bastantes legumbres-comentó Dani con voz suave. –Viene muy bien para este frio.

 Alicia asintió.

 –Cualquier cosa que llevemos a la boca viene de perlas.

 Ambas jóvenes entablaron una larga conversación sobre alimentos.

Diego no hizo ninguna intención por salir a cargar la furgoneta si no que se quedó allí, escuchando a las muchachas y estudiando furtivamente a Dani.

Posiblemente no se hubiera fijado en ella si Seth no le hubiera comentado nada aquella mañana, pero la curiosidad de conocer el tipo de mujer que llamaba la atención de su hermano, era demasiado fuerte. Un error fatal al que sucumbió cuando Dani dedicó la más hermosa de sus sonrisas a alguien que acababa de traspasar la puerta del local. Sintió el súbito deseo de besar sus labios preguntándose a que sabrían, mordisquear las blancas mejillas. Ella, bajó por un momento la vista y las largas y rizadas pestañas de color humo acariciaron la piel. Diego, asustado por sus emociones, apartó la mirada.

Alicia se incorporó y le miró divertida.

 -Te ayudaré a cargar. Seth se está dando la paliza él solo.

-Tienes razón- Diego apartó la banqueta con desgana. –He tenido guardia esta noche y estoy cansado; cuanto más pronto vuelva a casa,  mejor.

-Estamos todos un poco bajos de moral-  explicó Dani. Sus ojos grises, casi plateados, observaban el exterior a través de una de las amplias ventanas situadas junto a la puerta principal.

Diego volvió a reparar  en ella, en la boca tentadora, en la diminuta lengua que asomaba entre los dientes.  No era pelirroja, era una extraña mezcla entre  dorado  y caoba, dependiendo de la luz que provocaba reflejo en varias gamas del castaño, como oro viejo y bronce brillante.

Dani era espigada, alta. Senos pequeños y apretados bajo el suave jersey de lana azul. Cintura estrecha, trasero pequeño y redondeado.

Diego apartó de nuevo la vista de ella, incómodo.  Aterrorizado con su mente calenturienta, avergonzado del rumbo que habían tomado sus pensamientos y con la promesa de no volver a mirar a Dani como un hombre en celo, deseoso de enterrar su cuerpo en ella. Dani era para  Seth.  Miró a la mujer morena. Alicia ya no le parecía tan hermosa.

Confundido salió del local.

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