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domingo, 12 de febrero de 2012

El ángel que me guarda (relato corto Paránormal)


El ángel que me guarda.

Decían que estaba enloqueciendo y estuve a punto de creerlos a todos. Mi situación era preocupante, sobre todo para mi entorno que no alcanzaban a entenderme. ¡Cómo iban hacerlo si yo misma no podía explicarlo! Pero aún con mi mente perturbada, yo hubiera seguido jurando que él era real.

Estar loca era eso. Desear con ansia que llegara la noche y que él regresara a mí en la paz de los sueños. Llevarle en lo más profundo de mis pensamientos. Ser mi razón de ser.

Todas las noches sin excepción me abrazaba a su cuerpo sintiendo el calor de su piel, la tibieza de su aliento. Y él, no tenía nombre más que en mi mente, Javier. Nadie le conocía más que yo.  ¿Cómo podían pensar que era fruto de mi imaginación cuando sentía sus besos tan ardientes? ¿Por qué decían que era una fantasía cuando yo reía con él y lloraba por él?

Un psicólogo. Eso me recomendaron los que yo más quería. ¿Para qué? ¿Para contar que estaba enamorada de un hombre que solo aparecía en mis sueños? ¿De un fantasma con el rostro más hermoso del mundo y con nombre propio? ¡Loca!

Sin embargo para mí era frustrante despertar en las mañanas y descubrir que de nuevo estaba sola, que Javier una vez más se había evaporado con los primeros rayos de sol llevándose consigo las pruebas de nuestra noche. ¿Podía ser un sueño tan elocuente? ¿Tan verídico? ¿Tan real?

Así me sentía yo, una incomprendida que debió haber callado su secreto para vivir esta locura en silencio. Era como si nadie aceptara el hecho de una relación que ni siquiera existía. ¿Acaso podía aceptarla yo? Podía imaginar tomando un café con Javier, pero tenía asumido que jamás lo haría, nunca saldría de mi cabeza.

Mi familia últimamente me miraba de otra forma. Me estudiaban, me buscaban el más mínimo fallo para mandarme a un matasanos. ¿Qué iba hacer? ¿Cortarme la cabeza? ¿Implantarme un chip?

Decidí marcharme de vacaciones a la costa mediterránea, ¡De vacaciones! ¡Que más daba! Javier acudiría esa noche y a la otra, y a la siguiente. ¡Y por dios que no me faltara nunca!

 -La noche de San Juan – dijo mi amiga agarrándome el brazo con fuerza, obligándome a caminar el largo sendero de tierra hasta la misma playa. Estaba empeñada en que olvidara, sabía que me haría beber si fuera necesario.

Las luces de las hogueras brillaban por doquier, chispeantes, con tonos azulados y naranjas. La juventud charlaba sobre la arena o bailaban y bebían como cosacos. Cada persona era un mundo.

Un pequeño grupo deambulamos entre la gente, paseamos bajo la hermosa esfera plateada que brillaba como una perla en el negro satén de la noche y que se reflejaba en las oscuras olas de crestas blancas.

 -Vamos a bailar – me dijo alguien. Yo me negué. Me apetecía más buscar un sitio donde sentarme y observar la fiesta de lejos. Adoraba la soledad porque en mi silencio Javier me acompañaba.

Comencé alejarme hacía las sombras pero al pasar cerca de un grupillo los escuché decir que saltando la hoguera se cumplía un deseo. ¡Ja, que ilusos! Sin embargo aminoré el paso.

 -¿eso es verdad? – les pregunté acercándome con intriga.

 -Pruébalo. Tú salta y si se te cumple, mejor. Si no, pues nada.

Nadie parecía estar pendiente de mí ni de mi gran proeza. Yo saltando en busca de mi deseo. ¡Loca!

Me situé ante la hoguera y por unos segundos cerré los ojos en busca de mi sueño. “quería a Javier conmigo” Crucé de un salto y continué mi camino hasta sentarme sobre una piedra.

No creía en magia, ni en brujas, pero… ¿si funcionaba?

Lo deseaba fervientemente, tanto que me asusté. Estar loca tampoco era tan malo, al menos durante las noches.

Miré alrededor. Había llegado mucha más gente llevando neveras portátiles, guitarras y timbales.

Desde mi posición, sentada en las dunas, veía toda la playa casi completa. El barullo y el jolgorio que formaban los numerosos grupos, los bañistas nocturnos que trataba de empapar a los que disfrutaban junto a los fuegos.

Pasé bastante tiempo perdida en mi mundo de fantasía. Imaginaba que Javier llegaría y haría esta cosa o aquella, entonces se fijaría en mí y se daría cuenta que estábamos hechos el uno para el otro. Siempre era igual, distinto escenario, distintas palabras o encuentros, pero siempre él y yo.

 -Cristina ven – mi amiga se acercó con un botellín de cerveza en la mano. Yo me incorporé y le tomé la bebida. Hacía un calor pegajoso a pesar de la brisa que corría. Bebí la cerveza de un solo trago.

 -Esto está muy animado – la dije caminando junto a ella – mira esos, que bien tocan la guitarra.

 - sí, dicen que dentro de un poco esto se desmadra algo. No me extraña, ya se habrán consumido todas las bebidas existentes en la playa.

 -Aún les queda el agua del mar – me encogí de hombros – quizá cuando yo era pequeña bebí mucho agua salada, dicen que te vuelve loco. – parecía que esa era una de las palabras preferidas de mi vocabulario.

 -¡No seas tonta! – me dijo Miriam sin atreverse a reír. – Hemos venido a olvidar. Seguro que un hombre te espera en algún lado.

 -Uno no, muchos, pero yo ya estoy enamorada.

 -Enamorada del amor – me dijo con una sonrisa torcida – pero lo que buscas no lo vas a encontrar.

 -¿y si es mi media naranja? ¿Y si estoy destinada a encontrarme con Javier?

Miriam agitó las manos con suavidad ante mis ojos, igual que lo haría una bailarina marroquí.

- “olvida” “olvida” – me dijo con tono fantasmagórico.

 No la contesté, me eche a reír. La única que debía olvidar era yo y no quería, me negaba hacerlo. Jamás, jamás me olvidaría de Javier. No era real, bien, no había muerto porque no existía, bien. ¿Qué daño podía hacer que en las noches yo acudiera a él y él a mí?

 -Perdonar ¿sabéis si hay algún quiosco por aquí?

Me gire con prisa buscando el dueño de aquella voz que tanto me había arrullado en la noche y le vi. Me quedé helada, fría, congelada. Mi corazón galopó tan descompasado que queje de oír a mí alrededor. ¡Javier! ¡Javier!

 -No somos de aquí – escuché decir a Miriam como en trance – pregunta mejor aquel grupo.

Javier asintió y me miró fijamente. Yo pensaba que hablaría, que me diría algo, que al menos alguien nos presentaría. ¡Era él! El hombre de mis sueños. ¡Existía! Y le iba a dejar marchar…

 -Yo tampoco soy de aquí – dijo él finalmente sin apartar los ojos de mi – solo estoy de visita.

 -¿de dónde eres? – Miriam inició una breve conversación y yo la aplaudí en silencio.

 -de Madrid – me sonrió. Lo hacía igual que cuando se acercaba a mi cama envuelto en sombras.

 -Nosotras también somos de Madrid. Me llamo Miriam y ella es Cristina, mi amiga.

 -Yo soy Javier – respondió guiñándome un ojo – y a ti ya te conozco – me dijo.

Tragué con dificultad. La locura me estaba consumiendo. O eso, o la obsesión por él.

 -¿sí? – Preguntó Miriam sorprendida – esperar, vengo ahora que mi chico trata de desnudarse para tirarse al mar. Él también ha bebido más de la cuenta.

La observé correr hacía la playa pero mis ojos eran incapaces de ver otra cosa que el enorme cuerpo que tenía al lado.

 -¿me conoces? – le pregunté con voz temblorosa. ¡Y yo a ti! Quise gritarle pero no quería que pensara que ciertamente era una perturbada y huyera de mi lado.

 -Tú me has llamado Cristina, o debería decir ¿invocado?

Mi corazón golpeó a mil por hora. Sentía un desgarro en la garganta, el vacío de mis manos, el inmenso poder de mí corazón.

 -¡Me acabo de dar cuenta que estoy loca de remate! ¡Como una cabra! Ahora sí que necesitaré que me internen. Javier, eres un sueño, mi sueño. ¿Cómo?

 -Las brujas han escuchado tu petición. Querías que emergiera de la dimensión surreal y que me quedara contigo. Te lo han concedido.

No podía creerme que fuera su voz, que fuera de carne y hueso. Le agarre del brazo. Estaba caliente.

Javier me rodeó la cintura con su fuerte brazo y me aplastó contra su pecho. ¡Era el mismo olor que yo notaba cada noche! Mi cuerpo se adaptó al suyo, estaba hecha para él.

 -¿eres un invento de mi mente? – me atreví a preguntarle. - Miriam te ha visto.

 -Ahora todos me ven.

 -¿hasta cuándo?

 -Hasta que me apartes de tu lado. – respondió con amor.

 -Jamás – le grité asustada de solo pensar que podría perderle.- he vivido enamorada de ti desde el primer día que apareciste en mi cabeza.

 -En tus sueños – me rectificó – me introduje en tus sueños como un invasor, como una ladrón. Te amé cada noche y te amaré cada día.

 -¿pero entonces quién eres? ¿Existes?

No me di cuenta que Javier había iniciado un paseo sobre la arena de la playa alejándonos del ajetreado tumulto. Iba ensimismada tomada de su brazo y sintiendo su mano sobre mi cadera. Era consciente del calor que él desprendía y de los sentimientos que despertaba en mí.

 -Ahora existo gracias a ti y al amor que me profesas. Antes también existía – me acarició la frente con los dedos – pero era tu ángel de la guarda.

 -Mi… ángel – repetí anonadada.

 -Me enamoré de ti, de tus ojos chispeantes y soñadores, de tu sonrisa, de tu piel. Invadí tu mente y tu cuerpo deseando que pudieras reclamarme algún día, enojándome cuando tus amigos te presentaban a otros para que me borraras de la memoria, compartiendo tus alegrías y tus penas. También tus problemas.

 -¡No estoy loca! – Reí dichosa y me detuve haciendo que él se parara junto a mí, Javier también sonreía – Y te quedaras siempre y no nos separaremos nunca más.- ¡era un sueño hecho realidad! O eso, o había bebido demasiado rápido la cerveza de Miriam.

Javier me abrazo y me besó apasionadamente. Ya me conocía el sabor de sus besos pero ese día lo disfruté más, ese día me perdí un poco más en sus brazos.

-¿y ya no eres un ángel? – le pregunté. Quería entenderlo todo pero escapaba a mi compresión.

Javier me sonrió feliz. Seguía rodeando mi talle.

 -Ambos pedimos el mismo deseo en la hoguera. Yo salté contigo. Siempre he estado contigo aunque solo en las noches podía mostrarme. Ahora nadie podrá apartarme de ti. – su voz firme me llenó con su convencimiento.

 -Entonces ¿yo no te he creado?

Javier me soltó y cogió una larga vara que encontró semienterrada en la arena. Le miré expectante siguiendo con la vista el corazón que pintaba en la playa. Vestía una camisa de seda blanca abierta en el pecho y unos ligeros pantalones oscuros recogidos hasta los tobillos. Estaba descalzo y caminaba con una elegancia que fascinaba, al menos a mí me volvió a cautivar. Su cabello largo y negro rozaba sus hombros, su boca sensual me sonreía provocativamente. Javier me conocía, sabía de mis gustos, conocía la forma exacta de excitarme, mis deseos más ocultos. Pero la vergüenza que debía embargarme no llegó nunca, él era una parte de mi misma.

 -Yo soy así desde el principio de los tiempos. – me miró. Sus ojos brillaban con el reflejo de la luna – Incumplí una de las normas de mi circulo, enamorarme de una simple y bella mortal. No hubiera podido apartarte de mí aunque hubiera querido. Te amé durante todas esas noches y te seguiré amando durante el resto de mi vida.

Esa noche mágica de San Juan, la noche de las brujas me dio lo que yo más ansiaba.

 -Javier – murmuré.  -¡Javier! – grité. Podía decir su nombre en alto y no cansarme nunca. Reí. Bendita locura que me regaló lo único que yo quería de este mundo. – Te amo – chillé dejando que mi voz flotara con la brisa del mar. A mis gritos se unieron los de Javier que me alzó en volandas y me hizo girar bajo la luna.

 -¿Es esa Cristina? – le preguntó alguien a Miriam.  -¿y quién es él?

La joven se encogió de hombros con una sonrisa exultante y tomó la mano de su ebrio novio con amor.

 -Es su Javier – adivinó al vernos retozar felices por la playa – Su ángel de la guarda.

 -¿Cómo tú?                    Fin.




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