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domingo, 22 de enero de 2012

Deseos de Cristal

Una larga espera.

Manuel caminó lentamente hacía el aura dorada incapaz de apartar la vista de la luminosidad que irradiaba. Un aro incandescente flotando en el aire.

A medida que se acercaba, los músculos de sus piernas fueron ganando fuerza y su espalda se irguió.

Confundido, se detuvo durante unos momentos y miró sobre el hombro aquello que dejaba atrás. Su vida.

Le escocieron los ojos abnegados de lágrimas pero no lloró.

Observó, como si se tratara de una ventana, a sus hijos, a sus nietos. Ellos no podían verlo a él. No podían imaginar que había despertado en otro plano de una dimensión diferente.

Manuel inició su último viaje con una única ilusión. Deseaba que ella estuviera esperándolo en el otro lado. Ella, la que robaba sus sueños en la noche, la que hería con su ausencia desde hacía varios años.

Aspiró con fuerza. El aire no penetraba en sus pulmones y sin embargo podía respirar, olía un aroma fresco, limpio, nada que le trajera un recuerdo en concreto.

Estiró las manos, la hermosa luz se hallaba al alcance de sus dedos y vio con sorpresa, que su piel ya no estaba surcada de arrugas y la artrosis de sus huesos había desaparecido.

Ahogó un gemido lastimero nacido de sus entrañas.  Abandonaba todo lo que había conocido hasta ahora, moría y no sentía temor alguno. Moría y rejuvenecía.

Se pasó la mano por la cabeza y acarició su cabello, mechones gruesos y sedosos que habían desaparecido hacía quince años.

Tragó nervioso y escrutó el aro de luz. Sus ojos no necesitaron adaptarse y en seguida la vio.

Estaba envuelta en una fina túnica blanca, inmaculada y brillante. Sus cabellos largos se mezclaban con metros y metros de gasa plateada. Le recordó el día que contrajeron matrimonio, tan bella y dulce, tan joven…

Ella le tendía una mano y su boca brillaba con una hermosa sonrisa. ¡Era ella! Corrió en su dirección temeroso de perderla de vista. Lo hizo sin dudas, con decisión. Hubiera sido capaz de reconocerla en cualquier lugar.

La alzó en brazos y la hizo bailar bajo una miríada de estrellas. Escuchó su risa cristalina como música celestial, sintió su piel sedosa y tersa. Estudió sus adorables gestos, dándose cuenta que muchos ya los había olvidado. Disfrutó como hacía años no lo hacía.

Manuel solo era capaz de ver los queridos ojos que le hablaban de cosas bellas, del amor infinito que los unía.

Otra vez volvían a estar juntos, como antaño.

 -Aun no puedes venir – susurró ella – Todavía te esperan.

 -¡Pero no quiero regresar! – contestó.  – ¡Quiero quedarme contigo!

 -Y vendrás, pero de momento no es la hora – le acarició la mejilla ¿o solo fue fruto de su imaginación? Como una ligera presencia en su cara – Ellos siguen contigo y te quieren. No te tienen aparcado en un frio banco de piedra, en el parque. No te gritan ni te regañan como si fueras un chiquillo. Ellos no pueden alejarse de ti, te siguen viendo como al padre de su niñez, el que les enseñó a caminar y a ir de frente por la vida. Ellos necesitan hacerte feliz, verte bien. Te aman.

 -Y yo te amo a ti – gimió con el alma desgarrada. Su corazón partido en dos.

Ella comenzó alejarse, descalza, sobre la nada.

 -¡Jimena! – Gritó él - ¿Por qué no puedo elegir?

 -Yo no tengo ese poder.

 - ¿me seguirás esperando? – más que una pregunta fue un ruego.

 -Te esperaré siempre – fue lo último que la escuchó decir, se evaporó llevándose la luz consigo. Dejando todo en una completa oscuridad.

Manuel despertó llorando y alguien corrió a pasarle un fino paño por los ojos. ¿Sería ella?

Descubrió la preocupada mirada de su hijo, ¡era tan parecido a Jimena! Sus ojos claros del color del firmamento, su cabello ceniza…

Se observó las manos arrugadas de dedos curvos y sus labios temblaron sollozantes.

Sintió de nuevo el dolor de sus huesos frágiles, la enfermedad que lo postraba en una silla de ruedas.

¡Qué injusto no poder escoger! No tener la opción de elegir. Él ya tenía todo hecho en esta vida. ¿Para qué vivir más?

 -¡Me has asustado, padre! – le besaron en la frente.

Manuel enfocó su visión borrosa hasta los ojos de su hijo y comprendió.

 La vida pasa como un efímero suspiro, como un chasquear de dedos, como un lapsus de tiempo suspendido en el espacio.

 -Ya falta menos – respondió Manuel en un ronco suspiró.

 -¡No digas eso! Sabes que no me gusta…que bromees sobre esas cosas. ¡Parece que lo estás deseando!

Manuel no contestó. Por su mente cruzó el rostro de ella, su sonrisa y aunque pudo asentir, prefirió no herir a su hijo.

No podía decirle que la felicidad le aguardaba al otro lado, que allí no había dolor ni era un anciano, que la hora se acercaba y él se sentía deseoso por marchar. ¡Nadie le entendería! ¡Pensarían que era un viejo loco!

¡Que lastima! Jamás había estado más cuerdo en toda su vida. Él era el único que sabía la verdad, se marcharía con ella.

Y cuando se fuera por fin, lo haría con una sonrisa complacida de haber vivido una dicha plena. Puede que la historia no hablara de él ni apareciera en ningún libro. Después de todo, lo único y más importante de la vida es amar y ser amado.

Los pájaros seguirían volando, el sol continuaría saliendo, alguien contemplaría la luna clara en las noches y el ciclo de la vida continuaría...

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