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martes, 8 de noviembre de 2011

Siervo de tu amor

Año de nuestro señor 1292 en algún lugar de las Higlands
El fuego lo devoraba todo sin compasión. Los gritos de terror y auxilio se perdían con la densa capa de humo que ascendía hasta lo más alto de la montaña, mezclándose con la niebla que se arremolinaba sobre el suelo. Llamas rojas lamian las paredes de todas las cabañas de la aldea centrándose en los tejados de paja y vigas de madera vieja, ni siquiera la casa señorial en el cerro se había librado de las lenguas ardientes que destruían todo a su paso.
No, allí era peor. Allí se habían concentrado los asesinos en espera de hundir sus claymors en alguna carne blanda.
La luna hermosa en toda su plenitud se hallaba justo encima, recortando las sombras de manera grotesca, iluminando a los pobres desalmados que pretendían huir de aquel horno.
Nerys cayó en el amplio portalón y enseguida notó que alguien aferraba el vestido y la ponía en pie de nuevo. No se atrevió a mirar atrás y continuó corriendo tras Annabella.
Estaba muy asustada, no comprendía porque la habían despertado en mitad de la noche hasta arrastrarla allí, solo sabía que debía seguir a su hermana hasta el depósito exterior donde guardaban los vivieres.
-¡Nerys corre! – escuchó que decía Annabella.
Una viga de madera se derrumbó en el suelo de patio y Nerys gritó. Desde su posición no era capaz de ver a su hermana, en realidad no era capaz de ver nada con el humo.
Se alejó de la viga que era pasto de las llamas, debía salir fuera, era la única opción, el único sitio donde se podría respirar.
Vio a Mervin MacBean pasar ante ella como un rayo y se asustó. Mervin era un hombre fiel de su padre, la persona más tranquila que ella hubiera visto nunca y ahora, llevaba el arma en la mano y un rostro cargado de ira dirigido a alguien que Nerys no lograba ver.
-¿Qué haces aquí? – rugió su padre tras ella tomándola con fuerza del brazo –Te dijeron que fueras con los demás.
Edwin se movía nervioso, su rostro era una máscara peligrosa y sus ojos oscuros la taladraron con ferocidad.
Nerys le observó con las mejillas surcadas de lágrimas, quiso explicarle que ella no había tenido la culpa, que había sido la viga pero Edwin, agitó su largo cabello y la apartó contra uno de los muros cercanos a la salida.
-No te muevas de aquí – ordenó con una mirada sería que no admitía replicas.
Nerys asintió sin atreverse a levantar la vista hacia su cara. Los agudos golpes de los claymors resonaban en la pradera junto los gritos de guerra y dolor.
-¡Han arrasado la aldea! – aulló Mervin cargando contra uno de los bandidos con fuerza. Los pocos hombres de Edwin lucharon con ahínco, sin embargo los habían pillado demasiado desprevenidos. Ni siquiera sabían quiénes eran los atacantes cuando los fuegos habían comenzado a provocar el desastre.
-¡Corre! – Nerys sintió el tirón de su mano y suspiró aliviada al descubrir a su primo Douglas. La hizo atravesar el portón ocultos entre las sombras y saltar al pequeño foso que una vez tuvo agua pero que en aquel momento estaba completamente seco.
-Deberíamos esperar ahí – le dijo Nerys. Estaban corriendo cogidos de las manos.
-Acabaran con todos prima – la gritó cuando sintió que se detenía.
-Mi padre… no morirá – no importó lo que dijera, se dejó llevar. Atrás quedaba la luz de las hogueras y el ruido ensordecedor del edificio derrumbándose.
-Nos esconderemos hasta que pase todo - Dijo Douglas ayudándola a subir por la pendiente. No era la primera vez que escapaban de la casa por el foso, pero en aquellas otras ocasiones solamente había sido por diversión.
Ambos se cobijaron bajo las ramas de un árbol que ofrecía una lustrosa sombra y observaron en silencio como tanto los aldeanos como los hombres del clan caían derrotados.
Mujeres, niños, los bandidos no dieron tregua alguna.
-Tengo miedo Douglas. –Dijo Nerys rompiendo a llorar. El muchacho la abrazó con fuerza.
-No te preocupes, alguien nos vendrá a buscar – susurró tratando de tranquilizarla, si escuchaban sus sollozos estarían acabados – Los hombres de William Wallace no deben andar muy lejos. Intenta no gritar Nerys por favor.
-Mi madre y Annabella y toda mi gente – sorbió ruidosamente por la nariz - ¡Qué pasara con ellos! - agitó la cabeza con los ojos desorbitados – ¡no les permiten salir! ¡Tenemos que hacer algo Douglas! – y aunque dijo eso, ¿Qué podría hacer una muchacha de catorce años junto a un jovencito de dieciséis?
Douglas se puso en pie repentinamente y la arrastró por la ladera hacía abajo rodando hasta llegar a un pedazo de explanada.
-¡Corre! – gritó aterrorizado.
Nerys giró la cabeza y observó las dos oscuras figuras que llegaron hasta la cima a caballo, sus siluetas se recortaban contra la luz de la luna de forma amenazante, como ángeles endemoniados saliendo de las tinieblas. Se levantó las faldas y se lanzó a la carrera todo lo que pudo. Llegó un momento que no vio a Douglas pero podía sentir los cascos de los caballos todavía a su espalda.
Reconocía el sitio y no dudó en ningún momento en arrojarse desde la gran piedra hasta el lago.
Las faldas una vez empapadas comenzaron a tirar de ella hacía abajo con fuerza. Por unos segundos llegó a pensar que se ahogaría si se apartaba de la orilla, incluso sentía como sus pies se hundían entre la arena y pequeñas piedras que cubrían el fondo del lago.
Las aguas heladas se clavaban en su cuerpo como miles de alfileres y aun así no emitió ningún sonido que la pudiera descubrir. Los bandidos estaban allí, muy cerca de ella, podía oír las ininteligibles palabras que llegaban hasta el hueco de la roca donde estaba escondida.
El agua la llegaba hasta el cuello y con las manos se aferraba a la rugosa piedra introduciendo los dedos en las grietas para no ser arrastrada hasta las profundidades.
Un tiempo después escuchó con alivio como los caballos se lanzaban a galope, sus cascos se oían cada vez más lejanos y por fin se atrevió a salir del agua llorando silenciosamente.
Se detuvo y aguantó la respiración expectante cuando se movieron las ramas de delante de ella.
-¡Ayyy! – gritó Douglas en un susurro saliendo de su escondite.
Nerys con un sollozo y cogiéndose las pesadas faldas llego hasta él. El joven aún se arrancaba cardos de la ropa y aguantaba con firmeza los dolorosos aguijonazos cuando se topó con la asustada mirada de su prima.
Con una ultimo vistazo a la ancha columna de humo que ascendía hasta el cielo de la noche, Douglas cogió la mano de Nerys y la guió alejándose cada vez más de lo que había sido su hogar.
Ambos deseaban volver y ver por sus propios ojos lo ocurrido, necesitaban averiguar si alguien había quedado con vida, deseaban quedarse por allí cerca que era lo único que habían conocido pero también eran conscientes de que el peligro seguía acechando extendiendo su alargada mano oscura y siniestra.
-¿Dónde iremos Douglas? – los labios de la niña que habían adquirido un tono morado temblaban sin control. Su largo cabello se adhería a sus frías mejillas en gruesas guedejas.
-No lo sé – gimió el muchacho a punto de llorar. Le daba vergüenza que Nerys viera su debilidad pero estaba asustado. Su prima era lo único que le quedaba para poder seguir manteniendo un poco de cordura. ¡Acababan de asesinar a todos los MacBean excepto a ellos!


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La estoy poniendo por cápitulos.

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